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Pablo Neruda nace en Parral un pueblo agrícola del sur de Chile
en donde la naturaleza se mezcla con las casas de barro y las arboledas
circundan el lugar húmedo típico de inviernos aguerridos
y veranos cálidos. Muy pronto al cumplir dos años, después
de la temprana muerte de su madre, se va con su padre a vivir a Temuco,
una ciudad más al sur en la Región de la Araucanía,
aquí se encuentra con panoramas maravillosos entre los lagos, ríos,
volcanes y bosques siempre verde, lugares que transita con su Padre en
el tren que trabajaba. Pero también se encuentra en una de las
zonas más lluviosas del sur de Chile, en donde los techos de tablillas
de alerce producían tintineos con el golpear de la lluvia y en
las calles circulaban los pequeños cauces barrosos entre adoquines
y veredas.
Ingresa al Liceo de Temuco en donde mi tío Ricardo Ferrando, Historiador
de la Araucanía, fue su director años mas tarde y desde
donde salieron estudiantes que tuve oportunidad de conocer a través
de Chile en mis viajes de investigación.
Ya imagino sus ojos ávidos ante tanta vegetación virgen
inundando sus primeros momentos de creación. Como no escribirle
a tanta manifestación natural de la tierra con esa maestría
del poeta que ve más allá de las sombras en cada rincón
algo nuevo. Cuantas veces caminó por esos rieles que llevaban las
grandes locomotoras a carbón y siguió el ritmo del repiquetear
de las ruedas de hierro del gran mastín ferroso. Cuantas aves y
animales se cruzaron en su tiempo despertando su timidez y llevándolo
a plasmar sus letras.
Luego se encuentra con el mar, ese mar intranquilo de la costa de Puerto
Saavedra, de bordes pedregosos y furioso a la vez que iba y venía
sin detenerse jamás, ante sus ojos debe haber sido un gran descubrimiento,
encontrarse con ese mar abierto en donde su mirada se perdía en
el horizonte y de ver el sol que ya no se ocultaba en la montaña
sino que en el mar.
Pronto comienza a desarrollar sus textos que se trasladaban vía
correo ordinario y muchas veces se demoraban meses en llegar a destino,
otro tanto se demoraban en contestar. No es el caso actual en donde en
segundos a través de la internet nos comunicamos con nuestros amigos
aunque estén en los rincones mas apartados del planeta.
Conocí esas casas lúgubres y frías de calle Maruri
en donde llegó desde Temuco a instalarse mientras estudiaba en
Santiago y se reunía por primera vez con los bohemios de la ciudad.
Maruri aún existe y permanece con sus adoquines antiguos en la
comuna de Independencia. Durante muchos años transité por
esa calle ya que nací a unas cuadras del lugar en el sector de
Vivaceta.
En mis viajes por el sur de Chile me dediqué a investigar la cultura
y el turismo pisando las huellas de Neruda, no lo sabía, no conocía
al Poeta, ni siquiera me acuerdo de haberlo estudiado en el colegio, ya
que en mis tiempos de estudiante este fue borrado de Chile por la dictadura
militar. Cuando estuve en Machu Picchu me encontré con un guía
Peruano que había estado con el en la ciudadela Inca, este se acercó
a mi y me comenzó a hablar de Pablo de como había pisado
el pasto y se había acercado a las piedras de los muros y había
escuchado hablar a la montaña sagrada.
De vuelta a Isla Negra, quizás en mis pasos por acá cuando
era adolescente me crucé con el y no me di cuenta. Dicen los antiguos
que cuando Pablo estaba en Isla Negra, caminaba por sus calles muy silencioso,
mas le gustaba transitar por sus rincones del jardín y en la playa
que daba a las espaldas de su casa.
Ahora está su tumba mirando al mar, ese mar que tanto le gustaba
recibiendo las brisas del gélido viento sur, iluminada del sol
con el lecho del mar azul.
Ahora por fin lo veo y ya lo conozco, su espíritu está presente
en cada rincón de su jardín que miro noche y día.
A veces me detengo en las noches silenciosas en mi terraza a mirar su
jardín y me pregunto si algunas de las sombras son de el, si el
movió aquella rama y si eran sus pasos que sentí al otro
lado de la calle. Hay noches que me llaman a contemplar la neblina encantada
o la luna besando el mar, hay noches maravillosas y días también
que transmito a mis amigos poetas del mundo a través de la red
Pablo, creo que: se bajaba del tren en el que iba con su padre el reparador
de vías (de trenes)
Entonces Pablo, lo primero que hacía era tomar esas piedrecillas
pequeñas que abundaban en la vía férrea y se las
tiraba a los pájaros, o simplemente hacia un árbol, o si
le tocaba estar cerca de una laguna la tiraba al agua para hacerla rebotar,
ahí precisamente ahí, la piedra le dibujaba sentimientos
e imágenes en el agua, de lo cual fue aprendiendo que había
un mundo más allá de tirar la piedra. Después aprendió
que había cientos de cosas en el bosque y se puso a indagar, ya
no tiraba piedras, se internaba en el bosque hasta que sentía el
llamado del padre que le esperaba para seguir camino o volver a la ciudad
después de terminar su tarea de reparación. Y en la ciudad
ya con ese nuevo sentimiento descubre la ciudad con todo su movimiento,
gritos, carretas de bueyes, mapuches curaítos y otros con sus carretas
llenas de manzanas y cochayuyos, ve más allá de lo que nunca
vió, se le abre el apetito y dice: no puedo almacenar tanto en
mi cerebro, tengo que escribirlo, y, comienza a plasmar su nueva contemplanza
a través de las letras... y mucho más...
Imagina:
Pablo se va de su Parral en donde nace, un pueblito campestre en medio
de la floresta y los bosques siempre verdes. Llega a Temuco una gran ciudad
emergente, con grandes avenidas de adoquines y grandes casonas, bodeada
por el Río Cautín que en invierno se salía de su
cauce por las grandes lluvias del sur inundando campos y poblados. Se
encuentra con la carreta "Chancha" con ruedas de madera y tirada
por bueyes bien atados a su yunta de Coigue, aquella que traía
desde el campo a la ciudad las frutas, el cochayuyo, las verduras y la
chicha dulce de manzana. Se encuentra con la esencia de la cultura Araucana,
en cada rincón un manifiesto de los Mapuches "Hombres de la
tierra" sus Tótem, Rogativas, Fiestas sagradas, Juegos de
chueca, Atuendos con joyería en plata e Hilados de oveja en sus
atuendos.
Cuando visita una ruca Mapuche descubre lo auténtico de su cultura,
con su fogata al medio de esta y utensilios en cerámica para el
uso diario de su alimentación, junto a un telar en el cual tejían
sus ponchos y cintos con grecas y dibujos de aves.
Pablo sigue caminando por pequeños caminos de tierra enlodada que
bajan hasta la orilla del Río Chol Chol y descubre los espejos
del cielo en su azul colorido y sus reflejos maravillosos.
Y, de pronto Pablo salta de la floresta al mar, y se encuentra con el
mar de la costa sur de Temuco en Puerto Saavedra, ese mar furioso, intranquilo,
que hace rodar piedras redondeadas en la orilla y se masajea con el viento,
que lame la tierra del continente una y otra vez arrancándole el
lodo y más piedras... ¡¡¡UUUUFFF!!!... debe haber
exclamado, al ver que su vista se perdía en el horizonte sin ver
mas tierra que la que estaba pisando, el mar se abría a sus pies
como el inmenso cielo que nunca acababa y se perdía en las distancias
astronómicas. Después de haber visto el Río y mas
de algún lago, este si que era el gran lago del mundo y dentro
de el descubriría la magia de sus componentes, las caracolas, las
olas, el aroma, los peces, los barcos que cruzaban continentes y aquellos
mascarones de proa de los antiguos galeones piratas que han quedado para
el recuerdo en Isla Negra.
Alfred Asís
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