por supuesto el RUCIO fue mas
allá, el ya entraba a la casa y se dejaba acariciar y mimar, era
como si nos hubiera conocido de toda la vida; nos hizo acordarnos del gato
que tuvimos por doce años que era igual a el pero en romano gris.
Ahora éste entraba a la casa, y el gato que lo había traído
de compañero se quedaba afuera en el jardín; claro que además
solo estaba mientras coqueteaba con nosotros y le dábamos alimento,
después salía al jardín, en donde se juntaba con su
compañero OJITOS. El RUCIO, se entregaba a nuestros brazos y se revolcaba en ellos apretándose en contra de nuestros cuerpos, dando rienda suelta a su ronroneo, y, entrecerrando sus ojitos parecía un verdadero osito de peluche. |
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